Bautizo y primera comunión de un adulto en la Parroquia

En un momento muy difícil de mi vida, sentí una llamada muy fuerte de Dios, quien a través de signos que reconocí como sobrenaturales, me condujeron al retiro de Emaús, donde providencialmente mi corazón fue tocado por Jesucristo.

 

La revelación se produjo acabado el retiro, una vez llegué de vuelta a casa. Allí me esperaba o se manifestó el poder inspirador del Espíritu Santo que en ese momento me infundió en el corazón un amor especial después de la vivencias del retiro que no había sentido anteriormente. Experimenté un sentimiento de amor en mi corazón, un sentimiento de calor interior que enseguida reconocí; Jesucristo había tocado mi alma y se manifestaba en su aspecto divino. Hasta entonces solo lo veía en su faceta como hombre, como un gran maestro.

Desde entonces se fue despertando en mí un interés creciente en conocer todo lo relacionado con Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo y el cristianismo. Puede decirse que cuando Dios quiso entrar en mi corazón lo hizo manifestándose a través de su Santo Espíritu, infundiéndome una docilidad prodigiosa tanto para amarle como para aceptar, sin cuestionarlas, todas las verdades de fe del catolicismo. Acepto estas verdades porque le acepto a El y en El confío.

El camino hasta mi bautismo ha sido precioso pues el amor que Jesucristo puso en mi corazón tras el Retiro de Emaus fue creciendo conforme iba conociendo su Palabra a través de la lectura diaria del Evangelio.

La asistencia semanal a las reuniones de Emaús en la parroquia de La Madona me ha ayudado enormemente en mi camino, ya que el contacto estrecho con esta comunidad me ha sostenido y dirigido en los pasos a dar hasta llegar al bautismo.

Las Adoraciones de la Madona y las homilías del padre Ramón y del padre Luis José han sido una fuente de inspiración para mí y me han acercado mucho a Dios.

Tras un año de formación, justo cuando se cumplió un año del retiro de Emaús, el 25 de noviembre de 2017, recibí los sacramentos del bautismo, primera comunión y confirmación de manos del Vicario Episcopal.

Mi actitud al recibirlos fue de total entrega y abandono a la voluntad de Dios. Fue una actitud de humilde petición y abierta disposición a recibir lo que, con Su amor e infinita misericordia, quisiera darme a través de estos sacramentos. Era consciente que a través del bautismo acogía en mí a la Santa Trinidad y me convertía en verdadera hija de Dios. No sabía cómo se produciría y, aunque no experimenté nada físicamente, sí que fui muy consciente de que ello se estaba produciendo. De modo que por mí parte solo tenía que presentarme ante ÉL con una total humildad y abandono.

Después de que rociaron sobre mi el agua bautismal, sentí una serenidad y paz profunda, una interiorización absoluta, sentí que mi alma se elevaba. Era muy grande lo que Dios en su magnanimidad me regalaba, a Él mismo, me convertía con ello en un Sagrario viviente con un contenido Divino, algo que me causaba un respeto absoluto, me dignificaba como persona.

Puedo decir que me siento diferente en el sentido de que la antigua persona, pagana en cierto modo, cargada de pecados y faltas, murió con el bautismo, y que nació una nueva persona, limpia de pecados de toda una vida, que Dios siempre misericordioso quiso perdonarme, una persona con un mayor valor por el hecho de haberme convertido en Su verdadera hija y ser morada de su Santo Espíritu que me infunde Sus divinos designios.

Desde que recibí el santo bautismo siento verdaderamente que el Espíritu Santo está trabajando en mí permitiendo que sienta Su amor cuando me pongo en su presencia. Siento que cuando rezo y le invoco para que me acompañe y ayude en los actos de la vida cotidiana que me alteran y me hacen sufrir, recibo Su ayuda infundiéndome serenidad y cierto dominio de mis reacciones. Siento que el Espíritu Santo me ayuda de forma casi imperceptible a ser mejor persona, a comportarme de una forma serena, a apreciar a mi prójimo como otro hijo de Dios y amarle como tal, en definitiva, me está permitiendo actuar de forma que pueda reflejarle, aunque sea un poquito, en mi día a día y ser fiel a su Palabra y Mandamientos. Siento que Su fortaleza me está sosteniendo en mi propósito de convertirme poco a poco en la persona en la que El quiere que me convierta. Sé que es tarea de toda una vida que requiere esfuerzo, consciencia, alerta y crecimiento moral diario. Que habrá caídas, pruebas difíciles y días tibios, pero ahora sé que en esos momentos y pruebas Él estará conmigo amándome, guiándome, dándome consuelo, sabiduría y fortaleza para sobrellevarlos. Nunca mas estaré sola si El está conmigo.

Me siento enormemente feliz y privilegiada de haber recibido los sacramentos como adulta ya que ello me ha permitido formarme en el Cristianismo, comprender su significado y aceptarlos de forma consciente. No obstante mi camino junto a Dios no acaba más que empezar. Sigo y seguiré con formación religiosa y teológica continua, en la que encuentro mucha alegría e interés creciente, tengo la necesidad de aprender cosas que me permitan conocer cada vez más a Dios. El Espíritu Santo actúa inspirándome ese interés y amor por Él.

Ahora afronto mi vida de adulta con alegría. Antes vislumbraba con temor la madurez y, más aún, la vejez, que sentía como una etapa en la que solo cabía soledad , enfermedad y tristeza por haber perdido la juventud tan preciada, y tener que esperar con resignación, la muerte y el apagón. Ahora mi panorama ha cambiado diametralmente, porque he descubierto un nuevo presente y futuro como un tiempo para vivir con Dios y aprender a vivir, pensar y actuar de la forma en que cada día nos enseña Jesucristo. Ahora sé que Jesús con su pasión y muerte nos redimió y nos abrió las puertas del Cielo, de su Reino y nos promete una vida eterna.

Nada puede ser tan grandioso y nunca pude pensar que me podía pasar algo parecido. Mi corazón vive ahora alegre y esperanzado de saberse con Dios y Él en mí.