El Padre, al resucitar a Jesús, triunfa sobre el “Mysterium iniquitatis” y, contra toda sospecha de indiferencia ante el sufrimiento humano que se le pudiera atribuir; por ello da pruebas de ser un Dios que merece fe.
El Padre merece fe, pero no la merecería si Él no "creyera" también en la humanidad como "creyó" en su Hijo Jesús. Es el amor del Padre que en última instancia produce confianza en Él y entre los hombres.