La experiencia vivida en Tánger me está ayudando a madurar y a darme cuenta de lo afortunado que soy.
Todos los días nuestro grupo de jóvenes hace voluntariado en colaboración con las distintas congregaciones católicas del lugar. Yo he podido ofrecer ayuda a los Franciscanos, quienes cuidan a chicos con diversidad funcional (discapacidades como autismo, parálisis física y mental, etc.). Estas personas (sus nombres son: Alami, Tahiri, Zouhir...) tienen lo justo y necesario para poder vivir, pero eso no quita que siempre les puedas ver con una sonrisa en la cara. Son felices con poco. No viven en una casa con espaciosas habitaciones, ni tienen muchos lujos materiales, como lo serían una buena vestimenta o un reloj de marca. Tampoco es que se quejen cuando no pueden hacer lo que quieren, puesto que los Franciscanos ya les han preparado todo el horario del día. Si un día hay que ir a la playa, se va, y si otro hay que dar un paseo por la ciudad, se da. Es decir, llegan a estar contentos con lo que haya, y no están de mal humor pensando en lo que les falta, o en lo que no puedan hacer por su condicion.
Todas estas cosas me hacen darme cuanta de la suerte que tengo. En verdad me siento agradecido, y le doy gracias a Dios. Le doy gracias por tener amigos, una familia que me quiere, plena salud, una formación escolar y universitaria, todo lo imprescindible desde un punto de vista material... Además, ahora más que nunca sé que debo aprovechar las oportunidades que están a mi alcance (estudios, voluntarido, experiencias...) por el mero hecho de que podría no tenerlas. Gracias Tahiri, Alami, Ahmed, Mohammed y todos los otros chicos que me enseñais a ser más agradecido y consciente de mi vida. Gracias, en serio.